EL BREVE NARRAR
ELUCUBRACIONES
Javier Lerena Castillo
Él creía que estaba viajando. Su aparatosa circunstancia era como un avión intercontinental, en cuyo trayecto es imposible bajar ni siquiera por la necesidad humana de miccionar al aire libre. Por eso creía que viajaba y que, en el rapto de su elucubración, se llamaba Esteban.
Después de la cena, siempre un plato ligero y una taza de té, empezó su malestar. Sus quejidos, ayados con prudencia, despertaron, sin proponérselo, a sus compañeros de viaje. Ante el dolor todavía no diagnosticado, fueron ellos quienes decidieron despertar al capitán de la nave, no obstante la media noche.
Sin mayor trámite el aparato tuvo que detenerse. Esta es una pesadilla, atinó a pensar creyendo llamarse un nombre que no era el suyo, pero no podía despertar porque el dolor lo regresaba a la realidad. No hay peor realidad que aquel momento que a uno lo ingresan inconsciente al hospital, aunque se llame Jorge o Eduardo como sus amigos más cercanos.
Aún así, los paramédicos no pudieron medirle la presión ni su ritmo cardiaco, porque se percataron que aún estaba esposado. Mientras se ordenaba que trajeran las llaves de los grilletes –que la indolencia olvidó a bordo de la nave–, el médico de turno después de auscultarlo toscamente, aseveró que su apéndice había reventado hacia las 9:00 de la noche. Hecho que, cualquiera pudo constarlo a tiempo, cuando el sudor frío perlaba su frente como un granizal bajo el cielo de la muerte.
Al amanecer recién llegaron las llaves. Pero la experiencia del galeno de turno, que pronosticó a tiempo una peritonitis fulminante que urgía, lo intervino contra el tiempo. Esteban o Eduardo Jorge o sentía que era arrojado al vacío sin paracaídas.
En el quirófano cualquiera es un NN. Carlos no sabía que se llamaba Carlos sino hasta cuando reaccionó pasados los efectos de la anestesia. Al segundo día y sin mucha dificultad, reconoció que había regresado triunfal de la otra orilla y que un efectivo seguía vigilándolo.
Entonces comprobó que no había viajado. Que tampoco sufrió una pesadilla. En realidad ahora se recuperaba de alguna injusticia humana que, en forma de bisturí, le dejaba abierto y ardiente su costado.
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